En Bulgaria hay un lugar abandonado que, en su época, desató tal furor que el régimen comunista quiso replicarlo por todo el país. Y todo empezó por un error de guerra. Vení, que te llevo a la Colina de la Fraternidad.
¿Has oído hablar de Plovdiv? Es una ciudad en el centro de Bulgaria, una joya del este que me recibió justo cuando más lo necesitaba. Venía reventado, después de recorrer medio país, con apenas un día disponible para visitar un edificio abandonado que me tenía obsesionado desde hacía meses. El problema es que no había dormido en toda la noche.
¿La razón? En el hostal, mi compañero de cuarto decidió armar su noche romántica con una prostituta y, bueno... digamos que el ambiente no invitaba al descanso. Quienes siguen mis historias en Instagram probablemente recuerdan el drama. Spoiler: no fue sexy.
Pero Plovdiv, ah... Plovdiv lo cura todo. Es, sin duda, una de las ciudades más bonitas de Bulgaria —y me atrevería a decir que de Europa. Su arquitectura lo tiene todo: tracia, romana, medieval, comunista, moderna. Está habitada desde el 4000 a.C., así que Cádiz, ponete nerviosa, que tenés competencia seria como ciudad más antigua del continente.
Mi objetivo estaba claro: visitar la mítica Colina de la Fraternidad. Al otro lado del centro, en una zona a la que se podía llegar a pie o en bus. O bueno, se podría... si el bus pasara. En la parada había un aviso oficial que, en esencia, decía “parce, jódase, aquí no pasa nadie”. Muy institucional todo.
Pero rendirme no era una opción. Caminé durante una hora atravesando un parque inmenso, hasta que por fin: la Colina de la Fraternidad.
Ya sé. No impresiona de entrada. No parece una colina, ni mucho menos enorme. De hecho, ni siquiera parece que pueda desatar locuras ideológicas. Pero esperá, que ya te explico.
Construida en 1974, esta colina fue la respuesta del régimen comunista búlgaro a una frustración arquitectónica. Durante décadas habían intentado levantar un gran monumento a los héroes nacionales: los que lucharon contra el Imperio Otomano, los caídos en el levantamiento antifascista de 1923, los mártires de las guerras. Nada convencía. Hasta que dos arquitectos, Lubomir Shinkov y Vladimir Rangelov, propusieron algo completamente distinto.
Diseñaron una especie de montaña artificial, hecha enteramente de concreto, cuyos pliegues parecen haber sido arrancados del suelo y reensamblados como una escultura colosal. Cuando uno se acerca a esos pliegues, nota que no son solo formas: se hunden en la tierra, como si el suelo hubiera estallado hacia arriba y luego vuelto a caer en el centro.
Jamás había visto algo así. Es montaña, es monumento, es espacio ceremonial, todo en uno. Parece salido del futuro. O del pasado. O de ambos al mismo tiempo.
Desde su inauguración hasta la caída del comunismo en 1989, fue un lugar de culto civil. Todas las bodas de Bulgaria pasaban por aquí. Era tan popular, que uno se olvida de que casi no llega a construirse.
Verás, en los años 50, la idea original era hacer este monumento en lo alto de la Nebet Tepe, una colina arqueológica de Plovdiv. Una locura: destruir patrimonio tracio para celebrar el comunismo. Por suerte, nunca lo aprobaron. Así que cuando en 1968 el gobierno lanzó un concurso para redefinir el proyecto, Rangelov y un equipo de escultores propusieron lo que hoy conocemos: si no podemos construir sobre una colina... construyamos una.
La inspiración vino de una casualidad histórica. En 1944, durante la Segunda Guerra Mundial, dos soldados cavaban trincheras en Kazanlak cuando, de pronto, se toparon con una tumba tracia. Una colina escondía una cámara funeraria circular, con pinturas en el techo de una pareja celebrando un ritual de despedida. Bulgaria había encontrado su historia en las profundidades de la tierra.
Así que la nueva propuesta tomó ese símbolo y lo transformó en monumento. La Colina de la Fraternidad no solo homenajea a los héroes modernos, sino que se conecta con los antiguos, narrando la historia nacional desde las guerras de liberación hasta la llegada del comunismo, todo representado en un recorrido escultórico que culmina en una cámara interior donde yacen restos de partisanos caídos.
Pero en 1989, con la caída del régimen, también se desplomó su relevancia. La colina quedó sola, ajena, sin turistas, sin bodas, sin discursos. Solo un monumento esperando que alguien vuelva a mirarlo.
Y ahí estaba yo. Trepándome como un idiota por las laderas, agarrando impulso como si eso ayudara a entender mejor lo que estaba viendo. Porque ese fue el origen de todo: esta colina fue el primer latido de una obsesión nacional por la arquitectura brutalista como símbolo de identidad y orgullo.
Después de su construcción, el Estado búlgaro entró en una fiebre de monumentos:
En 1977, levantaron el Monumento a los Defensores de Stara Zagora, dos veces más grande que la colina.
En 1979, vino el Arco de las Tres Generaciones, en Perushtitsa.
Y en 1981, año de gloria, construyeron el gigantesco Monumento a los Padres Fundadores en Shumen, para celebrar los 1300 años del Primer Imperio Búlgaro.
Ese mismo año, en el paso Shipka, inauguraron la joya de la corona: el monumental Buzludja.
Todo eso empezó aquí, en una colina que no es tan colina, pero que supo leer el pasado y proyectar el futuro. Un lugar que, aunque abandonado, sigue en pie. Y que para mí fue el primer paso en una ruta por los monumentos comunistas de Bulgaria, una travesía donde habría arquitectura, historia, ruinas... y muchas, muchas borracheras.
Y, esta vez, sin prostitutas. Te lo prometo.