Esta historia comienza años atrás, recorriendo las calles de Changsha, una ciudad donde en ese entonces vivía. Por estas épocas de enero la ciudad colgaba los famosos chunlian, carteles con poemas que expresan los mejores deseos para el nuevo año. Los primeros chunlian aparecieron en la dinastía Ming. Antes incluso se usaban tablillas de madera con inscripciones protectoras para espantar a los espíritus molestos. Cuelgan en casas, tiendas y edificios públicos. El ritual funciona casi como un sello colectivo: todos participan, reforzando la idea de comunidad y continuidad cultural.
Es en esta ciudad donde Mao pasó su juventud. Cuando entró a la Escuela Normal de Hunan en 1913 y se graduó en 1918. Este fue su periodo de mayor exposición a nuevas corrientes: liberalismo, nacionalismo, pensamiento occidental y clásicos chinos. Changsha era un centro regional de discusión política. Mao participó en sociedades estudiantiles, clubes de lectura y asociaciones culturales. Aquí cultivó su idea de que la juventud debía impulsar la transformación nacional. Se podría decir que acá fue donde nace la Revolución.
Resulta ironico porque Changsha es una ciudad que fuera de China es desconocida. Su protagonismo es histórico, ser el caldo de la revolución. En el 2007 se decide construir un monumento a su honor, justo donde Mao pasaba los veranos bañándose en el río: la Isla Naranja (橘子洲). La escultura representaría a Mao a sus 26 años, periodo en el que estudiaba y escribía sobre renovación nacional. Su expresión decidida busca transmitir el impulso reformista de la China republicana.
Tomo mi tarjeta de metro y me dirijo a conocer finalmente la Estatua del Joven Mao. Esta aparece en todos lados: póster, propaganda, turismo... no hay rincon donde no sale esta inmensa mole de granito. Es el ícono propagandístico por excelencia. Tallado en granito gris, combina técnicas digitales de modelado 3D con trabajo artesanal. Su escala monumental —equivalente a un edificio de diez pisos— pretende evocar fortaleza ideológica.
Luego de una larga caminata, finalmente la veo. Sus medidas no son nada al azar: tiene 83 metros de largo, simbolizando la edad de Mao a su muerte, 41 metros de ancho, simbolizando el número de años que dirigió el Partido Comunista Chino desde la Conferencia Zunyi hasta su muerte, y 32 metros de alto, representando la edad de Mao cuando escribió su poema dedicado a la ciudad de Changsha. Y sin embargo, después de un año de vivir en la ciudad era la primera vez que la "veía".
Es decir, frente a frente.
Verán, la Estatua de Mao es una vaina rarísima: es famosa pero nadie "sabe donde está". Y esto es porque está en medio de una isla, que aunque en medio de la ciudad, visibilizarla es casi imposible por el tamaño del río y la distancia para llegar a ella.
Es un monumento "influencer". Su presencia es casi virtual. Está en la ciudad, pero está hecho para verse "fuera". Y esto no es al azar, es Mao ... pero es joven. Uno más amigable, con vista al futuro. Más acorde a las nuevas generaciones. El rostro juvenil contrasta con las iconografías clásicas del Mao estadista. La estética enfatiza el potencial intelectual temprano más que la figura del líder consolidado. El diseño estuvo a cargo de equipos chinos especializados en escultura monumental pública. Se recurrió a estudios históricos y fotografías tardías para reconstruir rasgos juveniles.
Es la re-ingeniería de un ícono.
China hoy es una apuesta íntegra a ser la imagen del futuro, pero quieren asegurarse que todos compren la idea, así sea reinventando sus iconos más asentados en la memoria. Porque el padre de la revolución también fue un Gen Z.