Antequera, la ciudad que camina con el siglo XVI

Antequera es una ciudad que parece tener al siglo XVIII paseando por sus calles, donde en cada esquina navega un patrimonio religioso inalterado, suspendido en un mar de quietud y euforia. Presencié su salida extraordinaria y, armado con mi cámara, decidí contar esta crónica.

Es una joya escondida —y para el turismo internacional, una sombra eclipsada por otros destinos andaluces— pero no le envidia nada a ninguno. Un centro histórico impoluto, vistas para atacar con la mirada y hasta dólmenes neolíticos en su propio casco urbano.

Su magia está justo ahí: como un cofre que solo se abre cuando quien tiene la llave decide hacerlo. Antequera es una ciudad desconocida y a la vez hablada, un lugar donde el patrimonio religioso late con fuerza propia.

Había estado durante el 2021, pero con la pandemia y sus restricciones, la Semana Santa fue más bien "musealizada". Por eso la noticia de una procesión extraordinaria fue una bocanada de aire fresco, la oportunidad de ver cosas que no suelen mostrarse.

Entonces ahí estamos, en una Antequera transformada. La ciudad se viste de gala, como si fuera Semana Santa, para que el 10 de septiembre de 2022 pueda salir a recorrer sus calles ese patrimonio tan sentido.

Primer impacto: doblar la esquina y toparse con un trono. Lo que en otras ciudades llaman "pasos" ya navega por las calles desde la tarde, mayormente marianos, en honor al centenario de la coronación de Nuestra Señora de los Remedios.

Digo que en Antequera los tronos navegan porque van sobre un caudal de hombros, acelerado por las cuestas mismas. Los palios son a la vez frágiles y robustos, contundentes sin desperdicio, auténticos retablos arquitectónicos que se pasean.

Pero solo acercándose se entiende la coreografía espontánea, abstracta del siglo XVIII que se despliega. El Hermano Mayor de Insignia marca el ritmo y, en los descansos, el trono se posa en horquillas para aliviar la carga.

La ciudad mira. Aquí nadie es indiferente. Un día así, nadie escapa a la vorágine que arde en las calles. Y con tantos tronos en juego, podría decirse que todos los antequeranos llevan algo al hombro.

Segundo impacto: no es lo mismo ver un trono en la calle que ver cómo emerge de la oscuridad para enfrentarse al afuera.

El trono de Nuestra Señora de la Vera Cruz está a punto de salir. La niebla densa, causada por el incienso, le presta al aire una atmósfera perfecta para este viaje inesperado en el tiempo.

En la iglesia de San Francisco, el único ruido son las cámaras de los presentes, testigos de esta ruptura barroca entre luz y sombra. El trono desciende sobre rieles para salir por la estrecha puerta.

La quietud es coreografía: los que empujan saben dónde ir, los que acompañan, hasta dónde pueden. No se les enseña, sino que lo heredan; aprenden viendo, cargando y escuchando.

Esa espontaneidad heredada es transmisión de conocimiento, es patrimonio vivo. En la calle, los hermanacos se reúnen para levantar el trono mientras testigos de todas las edades conversan y comparten la experiencia.

Tercer impacto: las cofradías.

Bajo los tronos están ellos y ellas, porque sí, hay cofradías con mujeres cargando. Van entre los varales, luciendo indumentarias que son pedazos vivos de épocas pasadas.

Las cofradías son creadores y catalizadores de comunidad, que se centran y confiesan ante sus imágenes. Nada es al azar: inclinarse para sostener, saber cuándo parar, levantar o andar, esperar la orden del Hermano Mayor con su martillo.

Y algo que sorprendió a muchos: los campanilleros. Niños al frente, vestidos en terciopelo bordado en hilo de oro, con largas colas, anunciando la llegada de un trono.

—Solo puedes ser campanillero una vez en la vida —me susurra un amigo.

Elevar la mirada lleva al siguiente impacto: la imagen. Quince tronos salieron, imposible contarlas todas, imposible contar sus historias. Solo Nuestra Señora del Socorro data del siglo XVI.

No lejos, el Señor de la Salud y las Aguas, patrón de la ciudad, se muestra en un palio neogótico de finales del XIX, justo cuando la noche cae.

Y entonces el aire se hace aún más denso. Se siente que el caudal de quietud va a cambiar, que la marea va a dar paso a otra cosa.

No es cansancio, es la marejada de euforia.

Cuando cae la noche, la ciudad se contrae. No sé de dónde salen fuerzas, pero salen. Más que durante el día. Los niños que deberían estar cansados siguen imitando los gestos de quienes aspiran a ser.

A lo lejos, unas procesiones se encierran, otras permanecen quietas, impávidas. Un arrume de horquillas sostiene a Nuestra Señora del Mayor Dolor, quieta, esperando que otro palio pase frente a ella.

La tensión se siente. No hay sujeción real entre horquilla y varal; el trono está apenas en el aire, como un barco anclado en el mar. Y de vez en cuando, un ruido ensordecedor alerta que podría irse al suelo.

Cuarto impacto: el silencio.

Ese silencio extraño se rompe cuando un trono pasa frente a un convento. Las monjas salen a recibir a Nuestra Señora del Consuelo, casi 400 años de historia elaborada.

Todo se vuelve silencio. Un silencio demasiado inusual.

Porque en esta marea que te contaba, ha habido mucha quietud.

Quinto y último impacto: la euforia.

Antequera tiene cuestas, por eso sus cofradías tienen nombres como "la de arriba" (Socorro) y "la de abajo" (Paz). Al final de la cuesta, el trono se detiene con la música.

La calle se llena de gente, llamando, esperando.

Un tambor retumba a lo lejos, preparando el gran final: la euforia.

¿Cómo crees que sube un trono por una cuesta? Corriendo.

Esto es "correr la vega". Para subir, los hermanacos toman el trono y corren a tambor, con una energía eufórica. Los espectadores se plantan al frente y entre valentía e incitación, corren para evitar ser atropellados.

Entre ellos, yo.

Este “San Fermín” sin toros pero con tronos nació hace siglos para que la imagen pueda bendecir desde los cerros de la ciudad las vegas y cultivos.

Después de la adrenalina de vivir mi primera (espero no última), me planté para ver cómo subía Socorro.

Los testigos se arremolinan, esperando que esa espiral de euforia remate la noche con aquella carrera.

Entonces empieza a subir.

En esa vuelta de esquina termina el día. Tal cual como fue el primer impacto, encontrarse con siglos de historia, así finaliza. Una ciudad que durante unas horas decide transportarte a otra época.

Una ciudad que no se ha perdido, solo espera ser encontrada. De esas que no me canso de visitar y que no se cansa de esperar.

Esa marea llamada Antequera.